Mi niño amado

 Mi niño amado es un dechado de virtudes.

Todo lo malo que muchos aseguran ver en él:

“que está muy malcriado, que está muy mimado, que no conoce los límites, que no ha recibido una verdadera reprimenda para que aprenda, que está muy empoderado, que sabe con quién lo hace, que es desobediente, que es tal y cual, que es esto y aquello, que es, que es, que es…”

no son problema para mí

Para mí, sus arrebatos, sus “no quiero”, sus “desobediencias” forman parte de su propia naturaleza de infante que, por definición, es un aprendiz

Mi niño amado es eso: un aprendiz

Aprende de todo lo que le rodea

Aprende de todo lo que ve

No aprende más del discurso que de la acción: no importa tanto lo que se le repita y repita y repita hasta el cansancio.

Aprende más de lo que observa en los demás: actitudes, comportamientos, manías, costumbres, semblantes, expresiones corporales… y vaya que las capta cual fotocopiadora.

Ese es mi niño amado. Aquello que observas en él es lo que vio alrededor.

Si lo juzga el entorno, el entorno mismo se juzga sin saberlo.

Si lo juzga la madre, se está juzgando a sí misma.

Si lo juzga el padre, se está juzgando a sí mismo.

Los niños no llegan al mundo a obedecer. Qué terrible sería si así fuera.

Los niños llegan al mundo para mostrarnos lo maravilloso de la existencia humana. Para mostrarnos lo efímera de la existencia humana, pues crecen presurosos: un día los tienes en brazos y al otro los estás despidiendo cuando se marchan del hogar.

Los niños llegan al mundo a sembrar la semilla del amor más genuino, del amor más inconmensurable, del amor más cercano a Dios.

La mirada de un niño es la mirada de Dios: pura, sincera, transparente.

No oses juzgar a tu hijo: en la turbulencia, ámalo; en la rabieta, ámalo; en el error, ámalo (no lo corrijas, él aprenderá); en el bullicio, ámalo (un día guardará silencio, pero aún no); en el llanto, ámalo; en la risa, ámalo; en sus berrinches, ámalo; en sus exabruptos, ámalo; en sus demandas, ámalo; en sus “desobediencias”, ámalo…

Solo amándolo podrás corregir.

Solo amándolo podrás poner límites.

Solo amándolo podrás comprender el funcionamiento de su cerebro: tan emocional, tan poco racional.

Solo amándolo podrás disfrutar genuinamente del regalo que te dieron en esa persona que depende de ti para vivir y para forjarse como un hombre/mujer de bien.

Solo amándolo podrás amar verdaderamente al niño que vive en ti.  



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